Mejor directora, mejor película, mejor actriz… sin duda, Nomadland, de Chloé Zhao, es una maravilla. Hay tristeza, hay libertad. Hay derrotas, pérdidas y un paisaje tan bello e hipnótico como apocalíptico y devastador. Y hay, sobre todo, humanidad, aunque a veces sea desde su lado más salvaje, solitario. Una obra maestra que te golpea y hace pensar. En mi caso me llevó a revisitar el concepto de nomadismo de Gilles Deleuze y lo conecté a nuestros días, estos en los que nos encanta viajar, salir y ver mundo. Nos sentimos orgullosos de ello y, casi, lo necesitamos para sentirnos bien.
El golpe viene al pensar en que el concepto de viaje implica regreso. Al viajar vamos, claro, pero siempre volvemos a nuestras vidas cotidianas. Entonces incorporamos lo aprendido, poco o mucho, a las viejas rutinas, quedando estas enseñanzas diluidas en nuestras zonas de confort. Eso es viajar y, tal vez, por eso, al final solo quedan vagos recuerdos y algunas fotografías en el móvil.
Pero el nómada no regresa. Como los personajes de la película, atraviesa realidades, culturas, corazones. En este viaje de ida, incorpora aprendizajes para seguir adelante, en una búsqueda que es siempre un descubrimiento. De lugares, claro. Pero también de modos de vida dentro de una misma vida. De personas, por supuesto, que son universos, que son tesoros, que son riquezas. Sí, el nómada atraviesa y en ese atravesar algo se le queda, para siempre, pegado a su espíritu. Algo que lo forma y lo transforma para dar aliento a su siguiente paso.
¿Sería posible incorporar la sabiduría nómada a nuestros viajes? ¿Que no perdiésemos en el día a día la magia y la conexión con la vida que sentimos fuera de casa? ¿No contentarnos con, simplemente, pasar por lugares, y dejar que las experiencias nos atraviesen, nos transformen?