Ahora que se acerca el verano, la playa, el sol… déjame compartir una lección que, cada año, me da el mar, sin duda un gran maestro. Sucede durante el primer baño, cuando pongo los pies en el agua que siento tan fría como si la acabasen de descongelar. Entonces, no solamente no me atrevo a meterme, sino que estoy convencido de que jamás voy a ser capaz de hacerlo. Miro hacia la arena, busco la toalla, pienso en volver atrás, en retrasarlo, en dejarlo para otro momento. Esta es la lección.
Porque cada vez que queremos empezar algo que deseamos, algo que sabemos, incluso, que nos hará tan bien como un baño de mar… cada vez emerge un rechazo, una enorme resistencia. Se repente existe un abismo entre el deseo que nace en nuestro interior y la voluntad que debe llevar ese deseo al mundo. Algo nos frena. Es más, nos invade la quietud. Hay una vocecita que nos susurra que mejor será regresar a la sombrilla; en todo caso ya lo haremos luego. No es verdad. Las cosas no cambian luego. Es aquí y ahora que debemos empezar y honrar nuestros deseos. Cuesta. No solo a nosotros.
Dicen que un cohete, para salir de la atmósfera de la Tierra, vencer a la gravedad y llegar al espacio, necesita muchísimo combustible, casi tanto como para luego viajar por las estrellas. Nosotros igual. Romper ese inmovilismo va a suponer el mayor gasto de energía, pero debemos hacerlo si queremos alcanzar el mar, el espacio, la aventura. Y en toda aventura existe ese primer rechazo, así que tampoco nos sintamos mal. Simplemente tomémoslo como el primer paso, la primera (y te diré más importante) etapa que debemos cumplir. Y ese sí lo llevaremos a la vida y no, no vamos a regresar a la sombrilla de la falsa comodidad, y digo falsa porque, lo sabes tan bien como yo, una vez dentro del agua… cuesta salir, de lo bien que se está.